Resulta que iba a retomar los compromisos pendientes con mis cada día menos lectores (debo al menos tres post prometidos hace meses), y decidí que lo mejor era acompañar la escritura con una comida rica de día viernes. La semana había estado productiva, y en mi delicatessen máxima figuraba una empanada tocino queso que comí el lunes. Del resto, ni hablar. El asunto es que decido pedir por primera vez en estas tierras del delivery, comida mexicana!!!. Rico dije yo. Unos porotitos negros, unas fajitas y el tonto guacamole que no puede faltar. Todo acompañado de la cerveza de rigor, y tate, escribía al hilo todo lo que faltaba. Al rato de ordenar, llegó la bicicleta de Cancún (el restaurante en cuestión). Comida calientita, cerveza muy fría y un personaje hambriento. Ecuación perfecta. Como caballero que soy, ingerí los alimentos del señor en unos 6 minutos y 12 segundos (mi madre siempre dijo que tragaba, y ya sé a qué se refería). Algunas horas más tarde, el guacamole que había quedado huérfano de la masacre, me miraba con cara de "cómeme, nací para eso" y dispuse a saborearlo con tortillitas ad hoc. El resultado?. Seis de la mañana del sábado una acidez estaba terminando con mi disminuída existencia. Con premura movilicé sales de fruta y abundante líquido, intentando paliar la amenaza fantasma. Pero esa palta con tomate y cebolla me tenía preparado algo más: una de la tarde, mi panza hinchada y a punto de explotar, sudor helado y tiritones. Creí que un nuevo "patita patita" se acercaba, y recordé que alguien mencionó en una oportunidad que un vaso de leche o yoghurt ayuda en estos casos. Mi aporte hoy es que ese consejo es FALSO!. Tres horas post yoghurt, un médico recetaba lo indecible para lo que era una gastritis aguda. Como pude, recogí el valor que quedaba en el suelo y salí a comprar medicamentos. Y bueno, era sábado, así que la farmacia de turno quedaba a 12 cuadras de la casa, aunque sólo me enteré de ello mientras caminaba siguiendo los papelitos pegados en la calle que anunciaban la botica abierta. Remedios en mano, al igual que la dignidad y el espíritu, volvía al hogar para acostarme y poner fin a mis días terrenales. Nunca, digo nunca me había sentido tan mal. Pasé por la puerta del "Cancún" y la escupí, descargando algún resabio de ira que pudiera haber quedado en medio del malestar estomacal. A eso de las 6, el termómetro marcaba 39.6 de fiebre y en Casaméxico penaban las ánimas. Estaba solo, el final era inminente. Revoltijones de estómago -y sus evidentes y asquerosas consecuencias- aparecían junto con delirios que me habría encantado grabar en video para alguna reunión creativa. Eso y conjeturas varias sobre cómo mis células se iban rindiendo ante el ataque mexicano, son parte de los síntomas que vinieron después.
El domingo las cosas no variaron mucho más, claro que ésta vez decidí ducharme, porque las sudoraciones de esa madrugada hacían que yo mismo rechazara a mi yo mismo (?). En fin. Hasta las 8 de la noche todo hacía presagiar que el mal rato ya habia pasado. No había hinchazón, aunque la fiebre continuaba; la sudoración estaba en retirada, pero la cabeza se me partía en dos. Hice de tripas corazón y me acosté, considerando que el lunes tenía que trabajar y no existía manera de justificar mi ausencia. Y como ésta es una historia de perdedores enfermos, la guinda de la torta me la dio un gato en celo que lleva 72 horas ininterrumpidas maullando al lado de mi ventana por su gata enamorada. Buenos Aires ha tenido un par de días de lluvia, ideal para que un gato busque un techo, pero así y todo el condenado prosigue fiel allí, esperando que su amada aparezca y puedan consumar su amor.
En el Artico encontraré mejores condiciones para recuperarme con dignidad?. Acaso el destino me entrega estas pruebas para ver si AL FIN!, uso la sabiduría de los 30?.
El capítulo gástrico logró sacar enseñanzas, la fundamental que quizás estoy "meado de perro". Aunque la frase que aplica con más certeza sea la de "cagao de gato". Fin.